El último partido oficial jugado por España había sido la histórica final de Pekín 2008, tuteando a los Estados Unidos de Lebron James y Kobe Bryant. En los partidos de preparación los de Sergio Scariolo (el flamante nuevo seleccionador) habían vencido con contundencia a Cuba, Gran Bretaña, Eslovenia, Israel (en dos ocasiones) y Lituania. Y sólo habían caída en la visita a Kaunas en campo ajeno.

Scariolo había apostado por el regreso de Carlos Cabezas, y en un primer pequeño cambio generacional, entraban por primera vez dos jugadores que serían claves en los próximos años: Víctor Claver y Sergio Llull. El menorquín cubría el puesto de un José Manuel Calderón que no pudo estar en el Eurobasket por problemas físicos.

Con estos mimbres, España era una de las grandes favoritas al título, por encima de su rival del partido inaugural: una Serbia que venía de tapada, con jugadores NBA como Nenad Krstic, y jóvenes jugadores que estaban ya destacando internacionalmente como Milos Teodosic, Nemanja Bjelica, Novica Velickovic o Milan Mcvan (todos ellos menores de 23 años).

España se conjuraba para vengar la final del 2007, la de la canasta de JR Holden en el Palacio de los Deportes de Madrid. Querían el oro europeo, pero tenían que empezar con un rival de prestigio. En su contra, la ansiedad y los nervios del partido de debut, y una rotura fibrilar que impedía jugar a Rudy Fernández.