España se mete en el podio del EuroBasket por cuarta vez consecutiva y con una sonrisa. ¿O hubiésemos preferido subir a él como en el año 2007?
FRANCISCO RABADÁN / ÁREA DE COMUNICACIÓN FEB
Defendía el legendario Raimundo Saporta que las medallas de bronce eran mejores que las de plata. Su razonamiento se cimentaba en que “el tercero puesto se gana y se sonríe y el segundo se pierde y te deja llorando”. España consiguió un bronce que dibuja la misma senda que en 2001, cuando se pasó de una plata en Francia a un bronce en Estambul en un cambio generacional de la selección española. Sin Pau Gasol ni Juan Carlos Navarro, los MVPs de los últimos EuroBasket y quizá máximos referentes de nuestra historia, es evidente que una página nueva se ha escrito en el baloncesto español.
Los renglones, como todo en la vida, no salen rectos a la primera. Ni siquiera la generación del oro junior en Lisboa pudo empezar triunfando en Estambul. Los chicos de ahora han igualado aquel resultado y han dejado trazas como mínimo esperanzadoras para un futuro dorado. Ya se lo decía el domingo Sabonis a sus chicos. “Aprovechad la oportunidad porque igual no tenéis una así en vuestra vida”. Quizá advierte el gigante de Kaunas lo extraordinario de alcanzar la final en Eslovenia.
Ayer Croacia, sufrió en sus carnes el vendaval español en un partido que presuntamente nadie quiere jugar y en el que la nueva sabia dio un paso adelante. Muchos pedían a Llull, otros a Claver e incluso algunos exigían más a Ricky. Todos respondieron a la exigencia con pasión y valor para firmar, en el caso de los dos primeros, su mejor partido de la competición y en el caso del tercero uno brillantísimo. También brillaron Marc, Rudy y compañía, pero eso a estas alturas no es noticia.
Y eso que Bojan Bogdanovic, destacado ya como uno de los mejores aleros del campeonato, no puso para nada las cosas fáciles. Puede que le enseñaran una foto de Messina, el entrenador que le descartó para el Real Madrid antes del duelo, pero su primera mitad fue sideral: 19 puntos y de todas las formas posibles.
España no se inquietó porque había aprendido del partido contra Francia la lección que recordó Orenga en rueda de prensa: “Lo importante no es la estrella, es que los otros no se enchufen”. Y vaya que sí tenía razón nuestro entrenador, porque en el momento en que la mecha del alero se apagó Croacia fue un títere en manos de las carreras de Llull, de los saltos de Claver y la fantasía de Ricky. La segunda parte fue un auténtico show.
España acaba con una sonrisa, con mayor madurez y dejando claro que será competitiva en un futuro a medio plazo. Las ochos semifinales consecutivas no son fruto de la casualidad ni de una generación específica. Es gracias al compromiso de unos jugadores y al trabajo en equipo de un montón de personas que se dejen el alma por seguir enorgulleciendo a un país que no admite la palabra fracaso en su diccionario. El futuro es dorado. Disfrutemos de un bronce que sabe a victoria.